La procesión de Corpus Christi, que partió de la Parroquia Santa María Micaela, recorrió las calles de la Chana como cada domingo posterior al jueves de Corpus, una tradición que se celebra desde 1962 y constituye un ejemplo de colaboración vecinal en la elaboración de coloridos y detallados altares a la espera de su encuentro con la Sagrada Custodia.
La procesión discurre cada año por un itinerario distinto para así ampliar la participación vecinal en esta fiesta a otras zonas del barrio. Tras la salida del templo, la Custodia discurre por las calles bajo palio protector que sostienen seis vecinos. Este cortejo arranca su paso con los monaguillos repartiendo incienso, seguidos de los niños y niñas de Primera Comunión acompañados por numerosos vecinos, en especial una vecina que porta una campanilla que anuncia la llegada del Señor. Cuando la Custodia llega a los altares, se pronuncia una oración por los vecinos de la Chana y se otorga la bendición tras la que, en señal de alegría, se lanzan pétalos. Este año han participado ocho altares, en los cuales no faltan detalles clásicos para esta ceremonia.
Los vecinos se han esmerado al confeccionar los altares, donde el elemento central es una mesa cubierta por un mantel blanco que simboliza la pureza, en la misma se deposita además de las velas, el pan y el vino o, si se prefiere, uvas y espigas en representación de la sangre y cuerpo de Cristo. Protegiendo el altar se colocan sábanas y mantones típicos, además de cortinas que cubren la trasera de la bucólica escena, en ambos márgenes se distribuyen geranios y pilistras así como alfombras para indicar la entrada del párroco al altar y descansar allí la Custodia. Las flores son también protagonistas aportando color y aroma para la ocasión.
En la calle Las Vegas resaltaba el espaldar de un intenso color azafrán mientras que las rosas y el niño Jesús aguardaban la llegada de la procesión que finalizó dejando caer desde el piso superior al altar, pétalos de la mima tonalidad amarilla en perfecta sintonía con el ideario de escena cuidadosamente preparada por sus participantes. A su paso por Rubén Darío se situaba otro altar presidido por un gran matón de manila, así como una alfombra floral imponente compuesta por gayumbas amarillas y pétalos rojizos, culminando con un curioso detalle que adorna la consola, que no es otro que la imagen de la sagrada Custodia que días atrás ha formado parte de los anuncios de esta procesión.
Girando hacía la calle Veleta una cascada de geranios abarrotan un balconcillo con su orgullosa vecina en él. En esta ocasión la gama cromática escogida ha sido un rosa claro, tanto para los tejidos como en los ramilletes de flores situados en los cuatros veladores de antaño con sus correspondientes tapetes de ganchillo realizados artesanalmente. En la calle Húsares la colaboración de David, dueño de un negocio, ha resultado clave para la elaboración de ese altar, el intenso burdeos de su matón capta la atención de sus visitantes perfectamente coordinado con la mantelería bordada que preside iconografías religiosas. La sencillez y elegancia predominan la escena.
Cerca de allí dos comunidades de vecinos han participado este año en la fiesta. En la primera el verdor de las macetas acompaña un tupido manto de las mismas tonalidades, donde un retrato focaliza y dispone el resto de elementos delicadamente dispuestos para la ocasión. En la calle Doctor Medina Olmos, el otro edificio también se ha volcado en esta celebración. Al igual que en la anterior, en cada ventanal asomaban mantones, además la parroquia ha colaborado en ella aportando candelabros y parte del decorado utilizado en la fiesta del día de la Cruz de Mayo, que recordemos ganó un merecido accésit. La escalinata por la que había que ascender hasta llegar al altar aporta una interesante perspectiva y profundidad a la escena, demostrando que cualquier rincón puede resultar útil para celebrar esta fiesta.
La conocida Placeta Huéscar abrazó el pasado domingo esta festividad, sus vecinos idearon una superposición de mantones de manila que protegía del sol el altar, dispuesto por uvas y hojas de parra naturales además del pan. El impoluto blanco de su mantelería contrasta con la fuerza del carmesí de su extensa alfombra custodiada por dos hileras de mejoranas, hierbas aromáticas que invitaban a permanecer allí por su embriagador olor.
La ceremonia concluyó con el regreso a su templo, no sin antes hacer merecida pausa en el último altar a los pies de Santa María Micaela. Preside un amplio retrato de las pinturas del retablo que vuelve a sacar la Iglesia a la calle, tal y como hicieron del día de la Cruz.
Las formas sagradas conocidas en el templo ven la luz de domingo finalizando con un aluvión de pétalos lanzados por los que más disfrutaron de la fiesta, los niños y niñas de la Chana que habían recibido su Primera Comunión.