“Sé que la vida es sueño, ya lo dijo Calderón”, reza una de las letras de 091. Un sueño hecho realidad ha sido la vuelta de los ‘cero’ a los escenarios y, especialmente, a tocar en su Granada natal, justo cuando se cumplían veinte años de su último concierto en Maracena, aquel mayo de 1996. Ante una Plaza de Toros abarrotada (todas las localidades vendidas) y un público ansioso, 091 hizo gala de aquello que canta otro granadino ilustre “los viejos rockeros nunca mueren”. La voz de José Antonio García sigue manteniendo ecos de juventud, las guitarras de los hermanos Lapido, la batería de Tacho González y el bajo de Jacinto Ríos sonaron enérgicos como si no hubiera pasado ni un día (en veinte años) sin tocar las canciones que ayer hicieron vibrar al público granadino.
Pitillos negros, ‘chupas’ de cuero y camisetas de 091 de la nueva gira –pocos parecen haber guardado reliquias desgastadas-; mucha gente alrededor de los cuarenta años, pocos en la treintena o menos, algunos infantes acompañando a sus padres, una muestra de que 091 marcó a una generación. A las diez en punto apagaron las luces y dejó de sonar el fondo musical, la expectación era máxima y los gritos de “cero, cero” sonaban como un estruendo en la noche. Pasados unos minutos los rockeros granadinos aparecieron en el escenario y lo hicieron pisando fuerte con ‘Zapatos de piel de caimán’. Con gafas de sol, de riguroso negro y camisa blanca con un aire andaluz, García se dirigía por primera vez a sus fieles: “gracias de corazón por haber esperado veinte años”.
Como todo concierto memorable, la calidad de la música y la entrega de la banda fue in crescendo; el repertorio musical fue vibrante y, si cabe, aún mejor en la parte de los bises. Los ‘cero’ llevan a sus espaldas muchos años en la profesión y sus letras se caracterizan por estrofas que el público recitó como poemas aprendidos en su infancia. Lírica de la vida que sigue siendo actual como “El lado oscuro de las cosas” o la inconfundible “Este es nuestro tiempo”. Canciones que podrían haber dado pie a alguna referencia al panorama actual local o nacional. O, al menos, alguna referencia a la ciudad de la Alhambra.
El público, miles de granadinos e incondicionales venidos de otras provincias, fue partícipe de una noche de ensueño: en “Huellas” con el grito final (y casi interminable) del cantante que recibió unos aplausos más que merecidos; o en Otros como yo acompañando a los músicos llevando el compás con las palmas. En plena euforia rockera, el vocalista tomó nuevamente la palabra para dedicar una canción a los componentes de su equipo técnico, un gesto apreciado por los fans.
Tras la primera despedida, la plaza entera no tardó en pedir los bises a gritos de “oé, oé, oé”. El momento más emotivo del concierto se produjo con el primer bis, una versión acústica de “La canción del espantapájaros”, en una noche templada en la que la luna en cuarto creciente parecía encandilarse al ritmo de la guitarra de Lapido y la armónica de García. En la proximidad de la medianoche los ‘cero’ sacaron la artillería con “La calle del viento”, “Qué fue del siglo XX” o “Cómo acaban los sueños”. El público esperaba ansioso a la que se suponía sería la última canción, aunque su llegada significase el final del sueño. Los músicos lo sabían, por eso guardaron lo mejor de sí mismo para el final, recreando en los tímpanos de los presentes “La vida qué mala es”, un apoteósico final para un sueño que esta vez ni se desvanece ni se pierde, sino que acaba en la memoria de los granadinos.
